domingo, 13 de mayo de 2007

Cortas impresiones de un cine peruano


Prefiero recordar impresiones que dejaron en mí algunos cortos peruanos antes que esbozar una lista de favoritos. No obstante, lo que sí me atrevo a decir es que el mejor cortometraje que he podido ver en el cine peruano es El gran viaje del Capitán Neptuno (1990) de Aldo Salvini.

Él es uno de esos pocos cineastas peruanos que logró configurar a través del cortometraje una obra personal e inconfundible. Como en sus otros filmes, Salvini estructura un discurso sobre nuestra nación, pero a partir de una puesta en escena que exhala delirio y perturbación. Vemos a dos pordioseros, mendigos de alguna marginal calle de la capital, vociferando frases patrióticas y experimentando un espejismo, en el cual se enfrentarán en el mar a los chilenos, en nombre del mismísimo Miguel Grau. La cinta mira el nacionalismo como una forma de la locura, con una cámara temblorosa, encuadres tremendistas, y los ecos alucinatorios de un pueblo inexistente, que aclama a ese par de locos; un dúo que incluye, por cierto, a un Aristóteles Picho de actuación intensa y extraordinaria, la mejor que se le haya visto en el cine. Bajo planteamientos de forma y fondo similares, Un tesoro para Flor del Cielo, cortometraje del mismo año, es un filme muy logrado, y en el que además se siente una mayor influencia de la imaginería de García Márquez y de esa estética proclive a la exageración de Federico Fellini.

Hace un tiempo, tuve la suerte de ver uno de los filmes del lamentablemente desaparecido Pablo Guevara (en la foto de arriba). Además de su amplia producción literaria, el poeta también realizó varios cortos y mediometrajes, entre los que está Historias de Ichic Olljo (macho que monta)” (1980), en el que se acerca al personaje de la mitología andina referido en el título. La película posee todos los ingredientes de lo estrafalario: aparece Fernando del Águila, el popular enano de “Las mil y una de Carlos Álvarez”, usando pelucas tan coloridas, para poner un ejemplo, como las que usaba la Polastri en su programa de TV ochentero “Yola Rocker”. Después de hacer de las suyas en una Sierra sosegada; aparece, en un giro brusco de la puesta en escena, enternado y bailando en una fiesta con jóvenes mujeres de ciudad. Al final, se lee un texto sobreimpreso que lanza la amenaza de que el Ichic Olljo va a cometer sus perversas travesuras en la capital. En el corto, impresiona cómo Pablo logró, en vez de hacer el ridículo con una propuesta tan temeraria, acercarnos con un humor original, extraño, a un personaje de esas características.

También hay cortos muy interesantes que se movilizan en esquemas de género mucho más precisos. Mi amor, tu amor de Luis Barrios es una cinta que juega de manera estupenda con el suspenso, con una tensión que tortura con el pasar de los minutos a sus personajes, que creen haber comido un pedazo de torta con veneno en una reunión, debido a que alguien, al parecer, busca quedarse con una herencia. Todo, o casi todo, encaja a la perfección en el corto: el manejo del tiempo de los encuadres, los diálogos que los llevan (y nos llevan) por un inquietante laberinto hacia la identificación del culpable, y la bien calculada progresión climática.

Actualmente, hay otros cortometrajes bastante atractivos. El Chalán de Alberto Matsuura es sin lugar a dudas uno de los cortos imprescindibles del cine peruano contemporáneo. Es una película que se apropia del imaginario del spaghetti western (héroes mesiánicos y errantes, escenarios terrosos, un humor entre negro y sardónico, etc.) y a la vez lo recicla, al sostenerse en un héroe que tiene tan pocas palabras como el “Hombre sin nombre” interpretado por Eastwood en los filmes de Sergio Leone; pero que, a diferencia, actúa con una elegancia digna del caballeroso y pulcro personaje anunciado por el nombre del filme. El Chalán hace un juego metalingüístico inteligente, que ante todo funciona por mostrar una factura y una solidez narrativa pocas veces vistas en nuestro cine.

Algunos momentos de Alice del músico Luis Quequezana y Ella de Circe Lora presagian un buen cine por parte de ambos directores; hacia la dimensión de lo fantástico, del miedo a lo desconocido, en el primer caso, y hacia la mirada de los deseos femeninos más inconscientes, en el segundo.

José Carlos Cabrejo

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