viernes, 3 de agosto de 2007

Diario de Festival V: La soledad... y las demás


Un descubrimiento y dos películas decepcionantes en la tercera jornada del Festival de Lima

La soledad (en la foto)
No está en ninguna competencia porque es española, pero la incluimos aquí porque es indispensable.

La soledad, de Jaime Rosales, no es una sorpresa, sino la confirmación del extraordinario interés del director de la formidable Las horas del día, que se exhibió en Lima el 2004 en un ciclo de cine español.
La soledad es un estudio riguroso de espacios y comportamientos femeninos, centrado en dos personajes notables y su entorno inmediato. Ellas están ante la cámara siempre quieta y el encuadre abarcador. La pantalla fraccionada, los planos que duran lo que la soledad misma, un eje visual vertical que divide campos, separa personajes, altera los raccords de mirada y modifica las expectativas de la continuidad espacial, crean el sentimiento dominante de fisuras insuperables entre la gente, de silencios interminables y de una profunda congoja. Esta una película de esperas, de largas esperas, y de sentimientos y desencuentros definitivos.

La soledad es exigente y notable. El trabajo con la elipsis es seguro y radical y cambia, de pronto, nuestra ubicación en la ficción y nuestra perspectiva sobre los hechos narrados. El tono cambia de la banalidad doméstica (la conversación sobre los hombres guapos) al afecto más radical (la escena del baño de Adela) con sólo una modulación. Ese es el talento de Rosales: el arte de modular miradas, posiciones corporales, espacios entre las actrices.

La soledad habla de la muerte, la más brutal e injusta de las muertes, pero a ella no se asoma ni el patetismo ni la conmiseración.

Ojalá el Centro Cultural de la Universidad Católica estrene este filme después del Festival. Sería un gran acierto. Y es que creemos difícil que en el Festival aparezca otro que iguale su nivel.

El camino de San Diego
El camino de San Diego, de Carlos Sorín, empieza como un falso documental: pobladores de Misiones hablan de Tati Benítez, vendedor ambulante y admirador acérrimo de Diego Armando Maradona. Es abril de 2004, y el ídolo ha sido internado de emergencia. Tati decide llevar en persona, hasta Buenos Aires, una talla con la figura del “pibe” hecha en una enorme raíz.

Sorín, el director de Historias mínimas y El perro, empieza el largo peregrinaje de San Diego con la frescura del documento que registra el hecho insólito del camino mismo, de la decisión de rendir tributo al futbolista a la manera en que los peregrinos de la ruta jacobea lo hacen con el apóstol Santiago en Compostela. Los actores no profesionales impulsan ese empeño.

Pero conforme avanza esta road movie, van apareciendo las fisuras y limitaciones: El camino de San Diego es una cinta for export, mezcla de costumbrismo blando y folclorismo en formato diseñado para algún festival europeo de mediana importancia, como San Sebastián, plataforma de lanzamiento de tantas películas latinoamericanas en el mercado español. Y es que Tati Benítez, como cada uno de los personajes que encuentra en su camino, está poseído por una angélica beatitud que, en ocasiones, roza la tontería monda y lironda.

Todos son tolerantes, generosos y magnánimos en esta fábula de la hermandad entre el argentino mínimo y el formidable camionero brasileño, tan bueno como un pan de azúcar. Su cordialidad “redime” a una prostituta –la mejor actuación de la película y el único personaje verosímil- y rompe la obstinación de unos huelguistas que interrumpen el paso de una carretera con la buena onda de una celebración popular, con asado incluido. El camino de San Diego es la ruta de los milagros, el camino crístico, el evangelio encarnado. Sólo que el ansiado Dios Padre, fugado de la clínica a un campo de golf, en vez de sentir orgullo por el sacrificio del hijo, luce indiferente y abotagado por su egolatría.

Páginas del diario de Mauricio
Al ver Páginas del diario de Mauricio, del cubano Manuel Pérez, es imposible dejar de pensar en una película como Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, hecha casi cuarenta años antes.

Tienen algunos puntos en común: quieren ser crónicas de dos intelectuales hastiados y mayores(aunque el Sergio de Memorias… es más joven que Mauricio), enfrentados a la crisis de su país. Es decir, buscan trenzar el destino individual de sus protagonistas con una situación colectiva cuya gravedad los supera y trasciende.

Memorias se ambienta en el momento en que Cuba anuda su relación con la Unión Soviética y se produce la crisis de los misiles; Páginas del diario de Mauricio, en cambio, presenta el cuadro del derrumbe del “socialismo real” y los problemas del “período especial” derivado del fin de la Unión Soviética.

Memorias del subdesarrollo convierte la crisis e incertidumbre de Sergio en una forma de expresión, inscribiendo la duda y la contradicción en su construcción misma, en el centro de su organización formal. La película es ensayo, crónica, melodrama, filme de costumbres, reflexión documental, retrato psicológico y muchas cosas más. Irse a Miami o quedarse en La Habana para ver la “construcción de la Historia” no es sólo la alternativa argumental de Memorias del subdesarrollo; es la interrogante que queda abierta en la conciencia de Sergio y en la de los espectadores, involucrados en ese dilema personal y ético.

Páginas del diario de Mauricio dice las dudas y tensiones del hombre de sesenta años que recuerda los momentos en que descubrió, de golpe y porrazo, que el socialismo en versión soviética era un cascarón que se caía de modo irremediable.

Y al decir las dudas de Mauricio, las explica, las vuelve “temas”, pero nunca las convierte en un problema a debatir en serio y, menos, en una necesidad formal.

Páginas del diario de Mauricio es una película lánguida; plana desde el punto de vista de la exposición dramática; ilustrativa de un guión que se prodiga en situaciones secundarias. Pero sobre todo es resignada, pasiva, dócil, claudicante; más que melancólica, es conformista, sumisa, impotente.

Ricardo Bedoya

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero es muy larga y aburrida. es verdad que las actircess son muy buenas pero podría haber durado media hora menos.

Anónimo dijo...

Ayer en el Alcázar la proyección terminó con pifias de algunos; creo que películas así no deberían pasarse en una sala tan identificada con el cine de las empresas norteamericanas.

Anónimo dijo...

QUE INJUSTA LA CRITICA A LA CRONICA DE SAN DIEGO!!
Es una regla que en el cine latinoamericano haya putas, tetas, miseria, drogas?? Es una regla que todos tienen que ser "malos"?? El autor del artículo estaría más feliz si al protagonista lo hubieran asaltado en un paradero, violado en otro, robado un riñón en otro?? Pues creo que el viaje que hace el protagonista es una fantasia, es como un sueño y nada más.
pd. Es una regla que si una película es del gusto del público es pésima para los críticos??

Anónimo dijo...

Si la película es complaciente con los gustos del público como El camino de San Diego, sí. La historia del cine está llena de grandes películas que gustaron a todos, al público y a la crítica. Vea los posts sobre las preferidas del cine norteamericano y lo comprobará.

Tetas no hay en El camino de san Diego, pero sí putas y miseria, pero están tan falseadas, maquilladas y empequeñecidads que el lector ni cuenta se dio.

En este festival hay películas que gustan al público sin necesidad de mandarle guiños (o muecas) de complicidad de personajes -de eso se trata, del diseño de personajes de ficción- beatíficos, lisos, sin relieve, unidimensionles, simpáticos a fuerza de parecer bobos, como los de la película de Sorín.

Los protagonistas de Qué tan lejos, de Una novia errante, de El año que mis padres se fueron de vacaciones, por ejemplo, no son delincuentes ni terroristas ni chaveteros, ni reciben agresiones ni les roban el riñón. Sólo son personajes que crean tensión dramática porque han sido concebidos con las contradicciomnes suficientes para alzarse sobre la simplonería y la demagogia populista.

Sí, claro que el trayecto del protegonista es una fantasía. Lo es, sobre todo sabiendo el final que tiene y que la soberbia del ídolo -mostrado con pesar por la televisión- y de su entorno permiten adivinar. Pero un sueño, no es. Para decir eso habrìa que sustentarlo con el tratamiento y los detalles de la puesta en escena. El de Sorín es un realismo expostivo de primer grado.

Anónimo dijo...

Sobre 'La soledad', me parece que es una buena historia, y sobre todo que cuenta con actuaciones sólidas, consistentes pero ¿está justificada esa polivisión en gran parte de la película? Es decir, ¿Qué de relevante tiene mostrar a una chica preparando ensalada en la cocina y a una pareja jugando a los dados en el living al mismo tiempo? ¿Qué le suma a la película esos juegos de ver a una persona entrando por un lado de toma y saliendo por el otro costado de la toma del costado?
Al final, creo me termina desgastando esa técnica, mermando mi capacidad de disfrute de lo que pudo ser -ojo, para mi- una buena pelicula.

Sobre de Sorin, ¿Por qué ser tan estrictos, drásticos con alguien que a lo largo de sus films sólo ha querido robar sonrisas al espectador, de una manera inocente hasta inverosímil?(o 'boba' como ud. gusta llamar)
El camino de San Diego es una película sin pretenciones ni complejos, bastante fluída, donde si, todos sus personajes son 'buenotes' pero quizás -y sólo por este caso- esto no diste mucho de la realidad: quizás Maradona sea un fuerte vínculo entre los argentinos, tan fuerte que los llega a hermanar y que traspasa fronteras. En fin.
Imaginense si TODAS las películas tuvieran la profundidad de Rohmer... un toque aburrido, no?
Slds.

Toño Castillo