viernes, 6 de febrero de 2009

Hernán Migoya: "Al público español no le gusta su propio cine"


El escritor, guionista y director español Hernán Migoya está entre nosotros. Ha presentado aquí un libro de cuentos, Putas es poco, y una novela gráfica, Olimpita. En el festival de Sitges de 2008 estrenó su largometraje ¡Soy un pelele!, comedia que podría estrenarse en Lima. Conversamos con él sobre sus trabajos y de cómo ve al cine español actual (Mónica Delgado).

¿Cómo pasaste de guionista a director de cine?

- Siempre sueñas con hacer una película. Pero por otro lado, tal como está el cine en España es complicado. Luego de un par de experiencias, me di cuenta que ser guionista en la maquinaria del cine es como ser la última mierda, el más prostituto de todos. Como guionista de cine experimenté algo que no había experimentado nunca como escritor ni como guionista de cómic: el sentimiento de que la obra y su resultado artístico no tenía nada que ver con lo que pretendía desde mi guión, ni siquiera conmigo; la película es del director y de muchos pedazos aportados por un equipo, pero la labor de un guionista puede quedar muy diluida.

La última película que se estrenó con guión mío fue Eskalofrío y casi me alegré que no tuviera mucho que ver conmigo, porque de alguna manera podía distanciarme y apreciar las cosas que mejor funcionaban en la película sin el sufrimiento del artista que la ha dado a luz. La creación del monstruo de la película fue bastante interesante, ya que me fascinan, y creo que en ese filme es lo más reconocible como perteneciente a mi universo. Pero como guionista de cine es difícil mantener una presencia coherente y unificada de autor, ya que te vuelves un engranaje más. La obra no es tuya y tú, al final de tanta reescritura y tanta multiplicidad de visiones, apenas estás presente en la obra. Ser guionista no te proporciona un respeto extra como autor, sino que eres utilizado como tuerca en cualquier parte de la película.

Desde ese momento pensé que como director puedes controlar mejor la obra y, luego de los guiones y de un par de cortometrajes, pues cayó la oportunidad en una productora pequeña de dirigir mi propia película, ¡Soy un pelele! Está hecha con espíritu independiente, con algunas indicaciones de partida desde la productora, que eran el contar con un presupuesto limitado y que fuera una comedia.

¿Y de qué trata tu filme? ¿Qué tan difícil fue hacerla en el contexto español actual?

- ¡Soy un pelele! es la historia de un tipo que pierde la memoria y se olvida de que es gay. Allí vuelco todos mis fantasmas sexuales, se podría decir que es una película comercial de "autor". Es un disparate en todos los sentidos.

Pensé en una historia que se pudiera desarrollar en pocas localizaciones, que fuera divertida y alocada. Al ser de bajo presupuesto y al ser yo disperso a nivel creativo, tampoco pensaba que fuera un peldaño hacia nada, la primera piedra de mi carrera cinematográfica como director, sino inclusive me planteé que podía ser mi primera y última película: de esa manera sabes que lo estás dando todo en tu obra, si no piensas en ella como en la llave de una carrera y no tienes tendencia a autocensurarte para conseguir una segunda subvención. Intenté crear un continente de comedia alocada y hacer lo que me diera la gana y pasármelo bien, y al estar haciendo eso sabía que iba a estar más cerca del público que de la crítica.

En España todo el cine es subvencionado, es una gran pompa de jabón. Al público español no le gusta su propio cine: llevamos ya treinta años haciendo dramas sobre "gente pobre". A las instituciones y a los directores pitucos les encanta demostrar todo el tiempo su "compromiso social", que es falso y además da lugar a visiones absolutamente estereotipadas y ridículas de la vida real. Un montón de directores niños de papá y de clase burguesa intentando demostrar que saben cómo son los pobres y lo mucho que sufren. Y claro, en las películas los personajes no paran de sufrir. Parece que nunca nadie lo pasara bien en las películas españolas. Hay un concepto fundamentalista y muy populista en el fondo de que la gente con dinero es mala y la gente pobre es buena, así que el cine español consiste básicamente en gente con dinero (con dinero público además) haciendo películas sobre gente pobre.

Ser guionista, por las desventajas, propició tu paso a la dirección…

-Me sorprendió el poder que tiene el director a la hora de mandar reescribir una historia, lo que no es necesariamente negativo, pues la película no deja de ser principalmente suya. El problema fue el proceso, pues molesta bastante que cambien las coordenadas y el criterio de lo que se quiere luego de que el guión ya está escrito en su primera versión. Cuando un director te dice que quiere una cosa y, cuando se la das en el guión, te dice que quiere otra, sin nada que justifique ese cambio de criterio, a la sexta o séptima versión acabas odiando tu propio trabajo. Realmente ésa es la figura del guionista y eso es un hecho internacional: eres, como dije, un prostituto. Y tienes que ser conciente de ello, y por eso me desengañé del mundo del cine y me metí en el proyecto de ¡Soy un pelele! Lo coescribí con un compañero con el que escribo todos mis guiones de comedia, Joan Ripollés. El proceso fue largo, ya que no podía quedarme en la típica película que a los críticos les parece bonita pero que luego no va a ningún sitio. Me di cuenta que iba a pasar lo mismo que con todas mis obras, en cómic y literatura: que iba a generar mucho rechazo en el establishment, en la élite especializada en cine. Porque esa élite no soporta la aparente frivolidad, el sentido del humor sobre uno mismo y su obra, el no pagar peaje de homenajes, de ortodoxia: ¡Soy un pelele! es una película poca ortodoxa y ése es su principal valor.

¿Qué hay de cómic en tu película?

Para el tono narrativo, me inspiré mucho en Edika, autor de cómic francés, ya que es alocado, desmesurado, que hace historias donde nada es realista. Odio el realismo, y forma parte de mi odio a mi propio país, donde se valora más el arte cuando es realista. Me fastidia que casi todos los escritores allí sean realistas. España es un país donde se tiene miedo a la fantasía, donde lo escritores que se dedican a este género están metidos en un ghetto al que nadie hace caso, al que los medios de comunicación ningunean, al que los críticos ignoran. El único que ha conseguido romper esa norma es Arturo Pérez Reverte con Alatriste, ya que escribe género de aventuras y se ha ganado el prestigio gracias al éxito de público y al apoyo internacional. Se ha ganado su lugar con su propio esfuerzo. O respeto también muchísimo el caso de Albert Sanchez Piñol, que hace literatura fantástica en la línea de los grandes clásicos británicos de principios de siglo XX, como Arthur Conan Doyle. Pero en el cine es muy complicado romper el prejuicio hacia todo lo que no tenga un enfoque realista o no se interese por un contenido de trasfondo social.

Sí, parece que fuera un lugar común el realismo que mencionas…

En España hay miedo a volar: el miedo a la fantasía es atávico y forma parte de la idiosincrasia del pueblo español. Con mi película intento recuperar una tradición de la comedia denostada, que es la españolada, la más popular en su tiempo. Este género lo mató el Ministerio de Cultura, que se avergonzaba de su propio cine popular, y dejó de subvencionarlo en favor de adaptaciones a la gran pantalla de clásicos literarios (para que veas el complejo cultural y también el provincianismo que tenemos los españoles). La españolada murió y ningún crítico de cine está interesado en resucitarla, ni siquiera con algún estudio sobre un fenómeno cultural absolutamente nuestro. Yo quería recuperar el espíritu lúdico que ya murió en el cine español: cuando estas películas tenían éxito de público y la gente iba al cine a pasárselo bien. Es difícil porque mi película parte ahora de una infraestructura industrial de cine independiente, lo cual es contranatural con el intentar un planteamiento así, más comercial: en definitiva, somos un proyecto demasiado pequeño, sin apoyo promocional. En el Festival Internacional de Cine de Sitges, el público se la pasó bomba y la crítica la odió, lo que añade más glamour a mi imagen de tocapelotas, de artista cabrón, y de pequeño hijo de puta. Esa reacción indignada de la crítica ha llegado en un momento en que me siento por encima de sus opiniones –imagínate, después de lo que me insultaron por Todas putas, eso ya nadie lo iguala- y contento de haberla creado.

Pero en un mundo de realistas surge alguien como Alejandro Amenábar, por ejemplo.

Amenábar es un caso excepcional, un fenómeno específico de mi generación: fue realmente el artista que dio la vuelta a la tortilla y demostró que la gente quería ver cine de género en España y ésa fue su apuesta. Me parece defendible, aunque la influencia que ha tenido en otros cineastas españoles ha sido nefasta y aquí entramos ya en el terreno del raje. El problema es que el público no es tonto y no ha habido continuidad a través de otros artistas con universo propio: se ha intentado imitar al cine americano, pero en vez de imitar la forma y crear un contenido propio, se ha quitado también el contenido, con lo cual es un cine impostado, que importa estereotipos, que no son de nuestra cultura: lo que resulta en un cine bastante ridículo. Tenemos un vacío en el cine español y coincide con las nuevas tecnologías que hace que la gente no vaya a las salas y se descargue todo por Internet. Y así el panorama se hace complicado.

¿Ya planeas volver a dirigir?

Estaría encantado de dirigir más películas, no me cierro nunca a nada, pero depende de los productores. Cuando haces un teaser con cinco mujeres desnudas en la playa invitándote a disfrutar en la sala, si te llamas Tarantino dicen que eres un genio, pero si te llamas Hernán Migoya dicen que es un compatriota que se quiere pasar de listo y que te vayas a tu casa.

¿Qué tipo de cine te gusta?

Me doy cuenta que el cine que a mí me gusta en su momento tuvo mala crítica. Todo lo que rompe esquemas y formas preestablecidas siempre es mal recibido en su momento. Me gusta el cine que fue masacrado en su día por la prensa especializada, como Hitchcock o John Ford, quienes fueron defenestrados. Me gusta el cine de los setenta, como Eastwood, a quien culpaban de protagonizar un cine fascista. Me gusta Don Siegel, Sydney Pollack, Franklin Schaffner, John Milius… el cine crudo de esos años, cuando el cine USA abandonó el sistema de estudios y descubrió los exteriores naturales. Pero también me apasiona la comedia estadounidense loca, con maestros como John Hughes o Will Ferrell. Borat es una obra maestra, debería de haberse llevado todos los Oscars, pero las instituciones desprecian las comedias (parece que no es solamente en España). Me encanta el cine comercial USA. Mis directores actuales predilectos son Tony Scott, Adrian Lyne o Paul Verhoeven, no solamente por caligrafía artística, sino también por actitud como creadores, por posicionamiento moral incluso. En ¡Soy un pelele! intento que el homenaje no se note, pero hay miles de ellos. Hay una fuerte influencia de cine español, también de las comedias gratuitas de Mariano Ozores, de las películas de mujeres desnudas.

¿Qué hay de tus cuentos en la película?

No me autoplagio. No creo que haya nada, salvo una visión satírica presente en casi todas mis obras.

¿Por qué un pelele como protagonista?

Un hombre perfecto no puede ser heterosexual. Si es heterosexual acabará siempre resultando decepcionante para la mujer. Los hombres somos infieles por naturaleza y torpes innatos. El personaje como dije es un gay con la memoria borrada. Mi interés era crear una historia de amor perfecta, que fuera verosímil sin los condicionantes que se dan en otro tipo de cine de amor perfecto, como las comedias románticas donde todos los personajes son maravillosos y rezuman buenos sentimientos. No quería una historia donde el tipo fuera un imbécil, un manso o tonto y donde todo funciona. Me di cuenta que tenía que recurrir al género fantástico para hacer una historia de amor creíble, y ese punto de partida me resultó bonito, sugerente: el tipo cuando es heterosexual es un hijo de puta, promiscuo, mala persona, cínico… pero cuando pierde la memoria, se vuelve perfecto: la pareja idónea. Me parecía ideal que el tipo fuera gay en realidad: él pierde la memoria y su mejor amiga le hace creer que son pareja y él lo acepta. Ahí nace el pelele: el muñeco en manos de una mujer.

Había connotaciones interesantes como el tema del enamoramiento: él acepta a la muchacha porque cree que es el estado natural de las cosas y no tiene problemas hasta que ve despertar en él su autentica personalidad. Los hombres somos un poco así, porque se lo damos todo a la mujer mientras estamos en un estado excepcional de enamoramiento, luego empezamos a despertar y a ser quienes somos realmente; o, por el contrario, nos acomodamos, porque también somos unos comodones, y nos quedamos con la primera que se presenta o con quien más nos quiere, con un poco de suerte. Y eso me pareció un punto de partida interesante y daba mucho juego a la hora de la comicidad.

Cuando hablas de la carencia de fantástico en el cine español se me viene a la mente el nombre de Jesús Franco, que por lo menos armó un universo propio de zombies, vampiros y mujeres desnudas...

Sí. Jess Franco ha sido un predicador en el desierto de nuestra cultura. Se puede decir que fue un pionero. No sé el alcance real que puede tener el conjunto de su obra, porque fue un militante acérrimo de la serie B y la Z en sus últimos tiempos creativos, pero desde luego sabía que era un francotirador y que en España siempre estaría marginado. Hay pocos autores españoles que se atrevan a crear un imaginario propio que no sea de raigambre realista. Por suerte tenemos a Buñuel y a Almodóvar, que nos redimen de todos nuestros pecados terrenales. Pero casi todos los artistas españoles buscan el prestigio que comporta el hablar simplemente de temas reales, no irse por las ramas o por los cerros de Úbeda, como decimos nosotros. Se desprecia como pueril el que intenta crear artefactos lúdicos de fantasía o de géneros de evasión. Nuestro panorama es un poco desolador. Falta mucha más locura. Falta fantasía y sobra victimismo.

Entrevista de Mónica Delgado.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Y este se alucina escritor? Que no diga que en literatura le gusta Joyce o Proust porque eso ya sería una impostura...

Anónimo dijo...

Migoya no aprendió del maestro Franco: "El cinismo es de los vendidos, de los que no son sinceros".

Anónimo dijo...

Mónica, te prefiero un millón de veces haciendo de reportera que de analista cinematográfica. Por lo menos cuando preguntas se te entiende sin objeciones.

Anónimo dijo...

Este Migoya es el mismo que publicó un libro guía de actrices calatas con el nombre de Desnudas????

Anónimo dijo...

Me apetece tirar con Migoya.