miércoles, 8 de julio de 2009

Michael Jackson: el lento asesinato de la fama


Víctor Palacios Cruz, escritor y profesor de Filosofía, nos envía esta reflexión sobre Michael jackson y el peso de la celebridad.

I

Al acabar su libro de relatos mitológicos, Metamorfosis, Ovidio escribe: «sobre los altos astros perenne iré y mi nombre será indeleble; adonde llegue el poder de Roma el pueblo me leerá, y a través de todos los siglos, si algo tienen de verdadero los presagios de los poetas, viviré». Para los héroes de Homero, privados de la inmortalidad de los dioses, sólo quedaba la pervivencia que da la memoria de sus hazañas. Luego de un período de común anonimato entre los artesanos medievales, el Renacimiento devolvió al artista esa antigua ansia de posteridad, que le urge a desplegar todos sus talentos y a poner rúbrica a sus trabajos. El Romanticismo exaltó la idea del genio exento de las reglas del mundo. Y en el siglo XX se cotizó hasta un dibujo en una servilleta firmado por Picasso. La consagración de la celebridad ―quererla o participar de ella por medio del culto― pareciera la búsqueda de un sustituto mundano de una eternidad en la que ya no se piensa.


En la época de los mass media, esta notoriedad se ha reducido a la atención que se busca como una suerte de desesperada afirmación del yo, ante el sentimiento de insignificancia en medio de la muchedumbre urbana. Se trata de simular el heroísmo, la sabiduría o la belleza, para llegar a un reconocimiento que los medios propaguen. En los sesenta Andy Warhol hizo popular la idea de que todo individuo tendría sus quince minutos de fama. Creo que ahora quince segundos en una pantalla grande o pequeña son suficientes. Ya no se desea incluso “merecer” el prestigio, sino sólo obtenerlo, aun a través de la provocación y el escándalo. Paris Hilton es un símbolo perfecto de esta banalidad: no es una gran cantante, ni una buena actriz, ni particularmente bella; sólo la fortuna de una buena herencia, en connivencia con el hambre de privacidades ajenas de quienes no creen tener una propia vida interesante, la ha vuelto universal.


Pero el estrellato tiene su precio. Por ejemplo, el asedio de los periodistas: “Mi trabajo se inspiraba en la vida normal que ya no puedo vivir”, dice Quentin Tarantino; “no puedo dejar la basura frente a mi casa porque vienen a rebuscar”, cuenta Madonna; cuando filmaba una película “no podía ir al baño, porque metían las cámaras por debajo de la puerta”, confiesa Sean Connery. Al parecer, Lady Diana murió perseguida por unos fotógrafos. También, la reducción de la persona a un aspecto que la industria y el consumo explotan y que atrae a los rapaces: “un símbolo sexual se vuelve una cosa, y yo detesto ser una cosa”, dijo Marilyn Monroe; y Brigitte Bardot declaró con ironía: “conforme más conozco a los hombres más amo a mi perro”. Los Beatles renunciaron a las giras cuando se hartaron del ruido que les impedía hacer su música. Pero, más que las incomodidades y las decepciones, el costo doloroso del aplauso público es la distorsión de la identidad y una extraña forma de soledad.


Goethe afirmaba que ser famoso servía para ahorrarse las aglomeraciones de las colas, y para nada más. Resulta esclarecedor este análisis de Stefan Zweig: «En una situación normal el nombre de una persona no es sino la capa que envuelve un cigarro: una placa de identidad, un objeto externo, casi insignificante, pegado al sujeto real, el auténtico, con no demasiada fuerza. En caso de éxito, ese nombre, por decirlo así, se hincha. Se despega de la persona que lo lleva y se convierte en una fuerza, un poder, algo independiente, una mercancía, un capital y, por otro lado, de rebote, en una fuerza interior que empieza a influir, dominar y transformar a la persona. Las naturalezas felices, arrogantes, suelen identificarse inconscientemente con el efecto que producen en los demás. Un título, un cargo, una condecoración y, sobre todo, la publicidad de su nombre pueden originar en ellos una mayor seguridad, un amor propio más acentuado y llevarlos al convencimiento de que les corresponde un puesto especial e importante en la sociedad, en el Estado y en la época, y se hinchan para alcanzar con su persona el volumen que les correspondería de acuerdo con el eco que tienen externamente. Pero el que desconfía de sí mismo por naturaleza considera el éxito externo como una obligación de mantenerse lo más inalterado posible en tan difícil posición».


Aunque el deporte competitivo todavía ofrece ejemplos de nobleza ―pienso en el tenista Roger Federer, siempre agradecido, tan respetuoso y cordial con sus rivales; o el entrenador del F.C. Barcelona, Josep Guardiola, que rehuyó un premio alegando el carácter colectivo de su trabajo―, cómo olvidar la etapa oscura y sórdida del futbolista Diego Maradona, malherido por la idolatría. Un día oí decir a un argentino: “Es que a Diego se le perdona todo”. Me estremecí. Vi en esa frase todo el daño que se le había infligido: olvidar que era humano y, como cualquiera, necesitado de ese acto de amor que es la corrección fraterna, que previene con energía si es preciso. A Maradona lo dejaron solo, rodeado de malas compañías que lo halagaron y le hicieron sentirse una deidad a la que todo le estaba permitido. Y lo destruyeron.

II

Bien dicen las noticias que el entierro de Michael Jackson ha sido su último espectáculo. Creo que su vida entera fue una larga función del moonwalk: una marcha lenta, leve y sin pausa hacia atrás, hacia el abismo. ¿Qué lo mató?: ¿Un paro cardíaco? ¿Los fármacos que consumía? ¿El estrés por una inhumana gira pactada con unos empresarios? ¿Los médicos que lucraron con sus miedos? ¿Los tratamientos y cirugías a los que se sometió? ¿La angustia psíquica de una víctima del racismo y del mercado? ¿Los estragos emocionales de un padre despiadado? O, en última instancia, ¿una precoz popularidad que le arrebató la niñez que, después, quiso recuperar y preservar a expensas de sí mismo?


Durante un tiempo, antes de autodenominarse Rey del Pop y erigirse estatuas doradas levantadas sobre escenografías faraónicas, Jacko fue realmente un artista: un fino intérprete vocal, un compositor intuitivo y un bailarín que modernizó el precioso legado de Gene Kelly y Fred Astaire. Si bien su música, en mi opinión, no iguala la obra de los Beatles, James Brown, Pink Floyd o David Bowie, sus canciones, aun prescindiendo de sus video clips, tienen méritos para el esplendor: la intensa tersura de su timbre en “I’ll be there”, la mezcla de funky y disco de su álbum Off the wall, la guitarra eléctrica de “Beat it” o la exquisita sección rítmica de “Billy Jean”. Los noventa, pese a algunos destellos, sellaron el declive de sus facultades y la inmersión en una etapa de reiteración e intrascendencia. Nuestros sentidos se colmaron ya no con sus creaciones, sino con las imágenes de sus desmesuras, sus juicios y su rostro forzado a parecerse a un ángel de porcelana, que él quizá creía ser por dentro, aunque por fuera se viera cada vez más blanco, cada vez más quebradizo.


Michael Jackson fue también una mezcla de las patologías de la sociedad de consumo: el apetito de gloria y del poder que se ejerce sobre las masas; la pomposa sentimentalidad caritativa que reemplaza al genuino amor perdido en la esfera doméstica; el énfasis en la individualidad que la opulencia invita a llevar a la recreación artificial de la identidad hasta lo irreconocible; la tendencia hipocondríaca que exacerba la autoconciencia y rechaza el contacto con la exterioridad; y el ansia de un refugio autosuficiente que permite una rutina sobreprotegida e infantilizada, que aleja de los semejantes, sólo entre quienes es posible conocerse a uno mismo y entre quienes se cultiva el sentido de la realidad, tan ligado, como decía Hannah Arendt, al hecho de compartir el espacio común de los demás.


Subido a la cima, Jacko sufrió esa forma irónica de desolación que es verse en el centro de una ávida atención multitudinaria, rodeado por una pleitesía que le privaba de la calidez del trato ordinario, encerrándolo en una gélida majestad. Allí donde ya no se puede tener la deliciosa normalidad de ser un desconocido en la calle, de ser uno más no abrumado por el gentío, pero saludado por el vecino o el allegado. El lugar natural del yo es el horizonte donde halla un tú. Plano que se desbarata con el endiosamiento que distancia y que enrarece la comunicación. Los fans dicen que el autor de “Thriller” “no era de este mundo”. Claro, y por ello se quedó solo arriba, en el vacío, no pudiendo hablar más que consigo mismo, o sacando de sí los fantasmas con los que trató de ajustar cuentas.


Su muerte ha golpeado. No tanto porque muchos descubrimos en sus discos una guía emocionante para la duración de nuestras soledades o para nuestros pasos en los sucios pisos de las fiestas, sino porque su partida nos ha hecho volver bruscamente sobre nosotros mismos y el mundo que hemos construido. Este mundo donde unos chicos proclaman su deseo de pasar a la inmortalidad disparando contra sus compañeros de colegio. Donde, con mayor o menor ansiedad, todos esperamos ser aclamados o, al menos, tocar a uno de nuestros ídolos para desvanecernos llenos de su divinidad. Ese loco empeño por una fama asesina, que hace olvidar que lo que más reclama el corazón es ser querido y no adorado.

Víctor Palacios Cruz

19 comentarios:

Anónimo dijo...

Un artículo excelente !

Rodrigo dijo...

Michael Jackson = Citizen Kane del Pop

Qué excelente ensayo!

Jacko dijo...

Lo considero un artículo bastante soso,frío que no emociona ni dice nada nuevo en lo absoluto. Así que la música de Jackson es menor que la de Los Beatles (bastante discutible), James Brown (estás loco), Pink Floyd (estás enfermo) o David Bowie (tienes que acudir a un psiquiatra musicólogo).
Víctor, como se nota que no vives en un Palacio intelectual y terminarás en una Cruz. Eres un fanático más... no de Jackson pero sí de tus propias limitacines filosóficas. En este blog lo único que falta es que escriba Abencia Meza o Gastón Acurio.

Víctor Palacios Cruz dijo...

Muchas gracias por las acogedoras impresiones. Charlando un día con Ricardo B., nos preguntábamos de qué modo podría cambiar la vida de alguien como Magaly Solier, súbitamente mudada de la apacible serranía ayacuchana a la populosa y estridente capital; de la condición de niña del campo saludada detenida y cariñosamente a la manera de los campesinos, a la de perseguida por los húmedos colmillos del canibalismo periodístico. Quizá haya en ella una fortaleza interior que confundimos por ahora con el candor, inspirados por nuestra increduldidad escarmentada, sin duda, por tantos ejemplos de la crueldad de la fama en una sociedad todavía "vecinal" como la nuestra. Como se ve, el tema da para mucho.

Anónimo dijo...

¿Este es un blog de cine o sólo una extensión de las revistas socio-comunico-snobs de las Univs. Católica y de LIma? Aunque sea un incuestionable fenómeno de la cultura de masas, ¿qué relación tiene MJ con el cine aparte de una película de la que Lumet se debe avergonzar todos los días, un largo de videoclips que no aguantaron ni sus fans, algunos otros cortos muy loados que copian descaradamente las coreografías de Robbins para West Side Story y un par de cameos? ¿Tal vez su obsesión por ser una creatura artificial mucho más monstuosa que las creadas por los distintos Drs. Frankenstein de la historia del cine? En todo caso, más acorde con un blog de cine hubiera sido subir un obituario por Karl Malden, memorable no sólo en algunas películas de Elia Kazan, sino sobre todo en sendas obras maestras de King Vidor y Delmer Daves y en la única, notable, película dirigida por Marlon Brando.

Victor César dijo...

¡genial escrito!


BRAVO

Anónimo dijo...

Otro que se quemó en la hoguera de las vanidades

Anónimo dijo...

Escriban sobre Abencia Meza y marco Antonio también

Anónimo dijo...

JACKO: APRENDE A LEER. PALACIOS DICE LO CONTRARIO DE LO QUE ENTENDISTE Y ENCIMA TE PONES FALTOSO. LEE OTRA VEZ Y DESPACITO COMO SI ESTUVIRAS LEYENDO COQUITO

Anónimo dijo...

Vicotr, lee Etiqueta Negra, te dá la razón sobre Magaly Solier, no es candor, es fuerza!

El Mochilero dijo...

Lo que dice el tal Jacko se entiende bastante bien y no lo considero faltoso. El Anónimo sensible de las 10.20 tiene alucinaciones de comprensión de lectura. Lástima que no te vayas a poder peinar donde Marco antonio.

Santiago G. dijo...

Qué didácticos resultan estos sucesos para echar una mirada a todo lo que hemos hecho. Excelente cierre. Felicidades.
Saludos desde Mvd.

José Miguel Hidalgo dijo...

Que espectacular ensayo - columnna. Cada frase tiene un sentido y una idea. Cada cita de famosos es precisa para argumentar su postura. Pareciera un artículo preparado hace años y revisado hace siglos. Las personas que dicen que MJ no es motivo para escribir artículos, les falta criterio. Finalmente no es un texto referido solo a MJ, sino al precio de la popularidad y la deidad. Repito, increíble columna - ensayo. Continúe escribiendo.

Anónimo dijo...

Sea lo que haya sido o las razones que haya tenido para su comportamiento o sus traumas, dejó un legado hermoso. Llevó amor, alegría y entretenimiento a muchas personas. Y por ello lo amamos.

Anónimo dijo...

La belleza está en los ojos de quien la mira. Y hay que entenderla sin prejuicios y con simplicidad.

Anónimo dijo...

Michael Jackson a mi parecer fue excelente cantante y bailarín. Sus canciones transmiten mucha energía. Independientemente de sus controversias, su trabajo era entretener. Y lo hizo como nadie. Le guste a quien le guste.

Anónimo dijo...

Realmente muy buen ensayo.

Anónimo dijo...

michael jackson me gustaba cuanda era morenito y tambien me gusta sus canciones que cantaba

leuyacc dijo...

interesante el articulo i pensar que muchos piensan que la fama es lo mejor sin saver que dentro de toda esa popularidad de la que gozan hay tanta soledad