viernes, 25 de diciembre de 2009

Avatar


Viendo “Avatar”, de James Cameron, se evocan los ritmos, ritos y emociones de los viejos westerns. Pero no los de John Ford, Anthony Mann o Delmer Daves, de personajes contrastados y situaciones adultas, sino los filmes de vaqueros de serie B, los de Arnold Laven o Gordon Douglas, concebidos para la fascinación espectacular y la identificación con un héroe que se interna en un mundo extraño, distinto, de geografía opulenta y nativos peligrosos.

Porque de eso trata “Avatar”: de la trayectoria de aprendizaje de un ser que es casi humano y casi “otro”, en parte “marine” y en parte nativo de un lugar distante llamado Pandora. Lugar donde habitan seres de piel azul, altísima estatura, ojos y nariz de felino, formas atléticas y cola. Ellos protegen una selva lujuriosa, ambiente codiciado por una corporación de comando tecnocrático-militar que busca apropiarse del mineral que allí abunda. El “avatar”, infiltrado entre los nativos por el imperialismo, sigue la trayectoria de “Un hombre llamado caballo” y de muchos otros westerns. El “cara pálida” secuestrado por los nativos se hace guerrero luego de aprobar sucesivos “ritos de paso”: el del aprendizaje de la destreza física, del respeto a la naturaleza, del control del dolor, del dominio del miedo, de la doma del animal bravío.

Lo mejor de “Avatar” es su apuesta por la aventura y sus reglas esenciales, por el relato trepidante, por la acción sin complejos ni coartadas. La fábula antibélica y ecologista -de intención más bien beata y formulada en clave “new age”- está allí, así como las obvias ironías a la arrogancia y necedad de la administración Bush, pero nunca sofocan lo que Cameron hace mejor: descubrir los riesgos y la sensualidad de un mundo que tiene entidad propia. La mejor secuencia de la película es la primera incursión del avatar en el bosque, rodeado por una vegetación extraña, acechado primero por insectos inofensivos y luego atacado por un bestiario de seres formidables y feroces. La secuencia tiene la apelación física de la acción visceral que transcurre en un mundo primitivo pero a la vez posee la cualidad onírica de las imágenes de las selvas del “King Kong”, de Schoedsack y Cooper, o de “El mundo perdido”, de Conan Doyle, adaptada al cine en la época muda.

Todo en “Avatar” tiene esa doble condición. Por un lado, la acción es seca, elemental, neta, dura, violenta; por el otro, las imágenes tienen una cualidad evanescente, difusa, irreal. La tecnología 3D nunca ha sido mejor usada: no se emplea para arrojar proyectiles haciendo sentir al espectador que debe esquivarlos, sino para crear una geografía inédita de plantas volátiles, insectos luminosos y seres traslúcidos que conforman un entorno visual que luce tangible pero que se aleja de cualquier forma de representación realista. Marcada por “¡Apocalipsis ya!, a la que Cameron cita una decena de veces, “Avatar” quiere también ofrecer un espectáculo bélico filtrado por la mirada fantasmática, espectral, del protagonista (Sam Worthington), sumergido en el sueño para actuar como guerrero nativo en Pandora, entre selvas que recuerdan el Vietnam entrevisto por el delirio de Martin Sheen en el filme de Coppola.

Que los diálogos son elementales, los personajes unívocos y la trama tenue y primaria: es verdad. Que la mirada sentimental de Cameron se codea con la cursilería: cierto. Que la película no es mejor que otros filmes de Cameron como “Terminator 2” o “El secreto del abismo”: tal vez. Pero aun aceptando esos y otros cargos contra la película, es preciso decir que “Avatar” es una apasionante película de acción y aventuras, hecha con un vigor narrativo y una preocupación plástica infrecuentes en el anodino cine norteamericano de hoy. Pero, sobre todo, es un espectáculo deslumbrante que muestra a Cameron dominando las posibilidades expresivas de la tecnología de punta del mismo modo en que Stanley Kubrick lo hizo en “2001, odisea del espacio” hace más de cuarenta años.

Ricardo Bedoya

3 comentarios:

Enrique Monroy dijo...

Ya he visto Avatar, y simplemente comparar Avatar con 2001, es un desproposito, kubrick utlizo la tecnologia para revolucionar el cine, pero esta revoluvion estuvo acompañado por el tipo de narracion, la concepcion del tiemp y el espacio, la historia es apasionate y madura, En camnio en Avatar la historia roza lo infantil,llegando en muchos momento al ridiculo.

Anónimo dijo...

Una pelicula realmente apasionante. La línea narrativa siempre se mantiene en alto nivel y atrapante. Los efectos especiales estan al servicio de la narración y no son una mera demostración tecnológica. Cabe destacar otro punto fuerte de la película: la sensualidad.

Anónimo dijo...

No creo que Avatar linde con lo infantil. Es una película abiertamente infantil, pero no por ello deja de presentar una trama coherente y apasionante.

Saludos,