miércoles, 15 de diciembre de 2010

Ex: todos tenemos uno



“Ex: todos tenemos uno” se afilia a dos tradiciones del cine italiano: la comedia y el retrato generacional. Pero en este caso no estamos ante una comedia “popolare” y costumbrista, ambientada en Sicilia o Nápoles y con el valor agregado de alguna estrella opulenta, como otrora Loren o Lollobrigida, o un maravilloso clown como Totó. Tampoco ante una reedición de la “comedia a la italiana” con sus personajes monstruosos, pícaros y corruptos ejerciendo el arte de arreglárselas en tiempos de prosperidad para el país. Mucho menos ante una comedia erótica en el estilo de Lando Buzzanca y Agostina Belli. En “Ex…”, como signo de los tiempos que corren, la gracia del carrusel sentimental que involucra a muchos personajes apela a la hibridez y mira con un ojo a la tradición nacional, pero con el otro ojo contempla las recetas triunfadoras del cine angloparlante, esas comedias románticas del estilo de “Cuatro bodas y un funeral” o de “Realmente amor” que tratan, en clave a veces ligera y a veces grave, de las fortunas dispares de un grupo de amantes.

Amantes ligados por la atracción o el recuerdo de un viejo idilio o de una pareja persistente en la memoria, pero sobre todo vinculados por la edad, la clase social y el modo de vivir. Es decir, por lazos generacionales que la película retrata en tiempo presente. Aquí no hay nostalgia ni desencanto con la Historia, ni furia ni dolor ante los desengaños generacionales, como en “Nos habíamos amado tanto” y “La terraza”, de Ettore Scola, o “La mejor juventud”, de Marco Tullio Giordana.

Los protagonistas de “Ex…” son, en su mayoría, cuarentones asentados y satisfechos, profesionales pequeños burgueses que no se confrontan ni con el pasado ni con su presente y parecen desgajados de cualquier otra realidad que no sea la de su renacimiento sentimental. A lo más se descubren desconcertados con los cambios de hábitos sociales e infantilizados por el amor. Y así la película transcurre, con azucarada modorra, entre la fábula rosa de los enamorados que atraviesan el mundo para encontrarse de casualidad en un aeropuerto de Hong Kong y o el sketch humorístico del juez que concilia parejas desavenidas pero no puede apaciguar su propia vida conyugal. Contrastes, coincidencias y paradojas amorosas tratadas con un estilo amable, blando, risueño, complaciente, impersonal. Lo mejor es el desempeño de los actores, entre los que destaca Silvio Orlando, como el juez.

Ricardo Bedoya

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