miércoles, 7 de septiembre de 2011

Baaría

Tornatore llegó tarde para varios empeños: para hacer las grandes películas “populares” que ya habían firmado Matarazzo, Comencini o De Santis; para glorificar a las opulentas “maggiorate”; para realizar los “racconti” generacionales que emprendieron Scola o Giordana; para intentar el thriller político a lo Damiani o Petri; para evocar la nostalgia de la infancia vivida en medio de las puestas en escena carnavalescas del fascismo, como en “Amarcord”; para fisgonear en los cuerpos gloriosos de sus actrices, como Lattuada; para satirizar la prepotente ignorancia de los “camisas negras”, a la manera de Risi; para tentar el camino del “suspense” hipertrofiado y manierista en la línea Bava; para hablar con cierta consistencia de las jerarquías de poder en Sicilia, motivo de tantísimas cintas; para ofrecer un retrato de la Italia rural cambiando en el curso del tiempo, como lo hicieron los Taviani en sus mejores películas; para expresar el malestar por las componendas corruptas del poder en la postguerra, como Rosi; para imbricar la historia de Italia en el siglo XX con las vidas de sus personajes a la manera de Bertolucci. Película tras película, Tornatore ofrece versiones disminuidas y atenuadas de lo que ya vimos antes mejor hecho y acabado. Aquí busca la semejanza con “Novecento”, pero "Baaría" luce más bien como un "digest" o un montón de cromos de colección, de “figuritas” para intercambiar.



“Baaría” suma anécdotas, lugares comunes, trivialidades, encuadres compuestos desde el puro acicalamiento, episodios desgajados, condimentos sentimentales, incidentes que nunca se articulan más allá de la ilustración de una biografía, la de Peppino, que quiere ser ejemplar de un modo de ser italiano en el siglo XX (siciliano, comunista contrito, “innamorato pazzo” de Mannina, funcionario, autoridad, desengañado pequeño burgués) pero que sólo se queda en la pura superficie, en el gesto, en la máscara.


Una máscara beatífica, complacida, abobada, paniaguada, como el gesto que muestra durante toda la película el bueno de Peppino. Y todo subrayado por grúas inmensas, encuadres abiertos y paisajísticos de Bagheria, música académica de Morricone a todo dar, disfuerzos de gran espectáculo y guiños a viejas películas italianas que le dan el barniz nostálgico a este mamotreto empalagoso y bombástico de dos horas y media de duración.



Ricardo Bedoya

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es innegable también que tiene uno que otro momento interesante, pero en general es como un mal comercial de Molitalia de 3 horas.

Anónimo dijo...

No se metan con ella porque esa pela la produjo Berlusconi.