viernes, 22 de junio de 2012

Sentados frente al fuego y Papirosen

Sentados frente al fuego
Papirosen
Dos notables películas sobre el exilio en "Lima independiente". Una chilena, "Sentados frente al fuego", de Alejandro Fernández Almendras; la otra, argentina, "Papirosen", de Gaston Solnicki.

"Sentados frente al fuego" es despojada, austera, pero nunca fría. Sigue a su personaje principal en la difícil aventura de cambiar de vida, de adecuarse al campo, de iniciar un trabajo duro, de convivir con la enfermedad de su mujer. Vemos hechos, acciones, conductas. La película sigue un desarrollo lineal, directo, vectorial. Podemos intuir algunas motivaciones que se desprenden del diálogo, pero nada está dicho. Lo único certeza que tenemos es que ese hombre huye de algo que le causa una profunda molestia. Acaso un pasado familiar irresuelto, una cuenta pendiente con su antigua mujer, una indecuación con la ciudad, con la modernidad o con lo que sea. La última secuencia de la película, con la imagen del personaje enfureciéndose con la pieza trasera de su vehículo, en el único rapto de furia o dolor o protesta o disconformidad -luego de haber sido testigos de una larga secuencia de seco lirismo en un último paseo conyugal- dice mucho del método del filme y del rigor de su mirada conductista. Los personajes se definen en el detallado y hasta moroso registro de sus actos. 

"Papirosen" es un retrato de familia. Una familia judia de origen polaco que conoció la experiencia del exilio, de la inmigración ilegal, de la incertidumbre acerca de la fecha de nacimiento de uno de sus miembros y de los ajustes a un país, una cultura y una lengua distinta. Solnicki usa el montaje de materiales fílmicos de texturas y soportes diversos para dar cuenta de los flujos del tiempo, de los vaivenes de la fortuna, de los altibajos de la familia, de las crisis que afrontó a raíz de la muerte del abuelo y de las tensiones del presente. La forma fílmica dialoga con las imágenes y sonidos que contiene. Las rayaduras de la imagen y la desaturación del color de las películas familiares aportan un sentido de melancolía que contrasta con las imágenes de hoy, en tensión, que muestran a un Víctor Solnicki imponiendo su sentido de la autoridad mientras performa su energía física y su carácter patriarcal. Pero, al mismo tiempo, la intervención de la grabación lo pone en cuestión, lo confronta a la representación de sus problemas económicos frente a su madre o a los desajustes en las relaciones con sus hijos. 

La historia de los últimos sesenta años de esa familia se pone en perspectiva y es el retrato de un modo de ser judío de la diáspora en un país como Argentina. La figura de Mateo, sobrino del realizador, es clave en esta película que empieza como una historia de exilio y acaba como un relato de herencia y entrega de una tradición.

Ricardo Bedoya       

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Y no comenta True Love y El epitafio no me importa? Son las ganadoras de Lima Independiente.