lunes, 29 de octubre de 2012

Atrapado en el infierno

Mel Gibson busca la redención en "Atrapado en el infierno”. Luego de la travesía por el desierto de sus demonios personales, aquí lo vemos sobreviviendo en una cárcel mexicana donde campea la violencia, el abuso y la corrupción. El hombre se castiga y se humilla en una escenografía que parece concebida durante una mala resaca con mezcal. Pero la película, pequeña y mugrienta, tiene energía. Parece un combinado de Robert Rodríguez con trivia de Peckinpah. Es decir, balaceras en cámara lenta, escapadas acezantes, algunos recuerdos de “La fuga”, sevicias y mil guiños a los estereotipos del cine carcelario más duro y brutal. El personaje de Gibson es un lobo solitario, protector y guía de un chico de 10 años que conoce muy bien las reglas de la supervivencia en ese campo de concentración donde conviven hombres, mujeres y niños y se trafican hasta órganos humanos. Lo mejor se concentra en la relación con el muchacho y en los colores ocres y marrones de la fotografía que apuntan la temporada en el infierno de Gibson. Dirige -en clave texmex- Adrian Grunberg, asistente en muchas películas y hombre de confianza de Gibson. No sería raro que el actor haya estado tras la cámara más de una vez. Se reconoce por ahí ese brutalismo que le va tan bien. Ricardo Bedoya

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